No a Turquia en la UE
Por Eduardo Arroyo, para http://www.elsemanaldigital.com
Una amenaza se cierne en el horizonte europeo a medio plazo: el ingreso de Turquía en la Unión Europea. Casi todos nuestros políticos no sólo no lo perciben como amenaza sino que lo apoyan y promueven, desde la ex ministra Ana Palacio –quizás el personaje con menor nivel intelectual de la democracia, que afirmaba que la Unión Europea no era "un club cristiano"– hasta el mismísimo presidente europeo Romano Prodi, que opina que una Unión fuerte "no tiene nada que temer" de una eventual integración de Turquía.
Si volvemos la vista atrás veremos lo poco que Turquía tiene que ver con Europa, salvo por los siglos de lucha constante contra ella. El yugo turco es bien conocido entre los pueblos de los Balcanes, que lo sufrieron durante varios siglos. Más recientemente, Turquía invadió la isla griega de Chipre como si quisiera hacer honor a su secular política de expansión mediterránea, antaño contenida principalmente por españoles pero también por otros países del sur de Europa.
Esta mirada a la historia viene a cuento de las veces que nuestros dirigentes intentan convencernos de que Europa es algo más que una reunión de burócratas del mercado y azuzan ante todos nosotros nuestro pasado común. Por eso, en buena lid, alguien debería sacarlo ahora a colación. Naturalmente, algunos dirán que los turcos de entonces no tienen nada que ver con los de hoy y, en parte, tienen razón. Pero sólo en el sentido de que aquellos que oprimían a los europeos y de los que nuestros antepasados tuvieron que defenderse durante mucho tiempo ya han muerto. Sin embargo, por otro lado, los turcos de hoy, por actitud y por creencias, se parecen mucho más a los turcos de Lepanto de lo que los españoles de hoy se parecen a los españoles de Lepanto. Esto presenta serios inconvenientes y el principal es que nos hace débiles en la negociación. Porque creer, como hace Jack Straw, que Turquía "ha cambiado mucho" sólo puede considerarse o locura o estupidez.
El partido de Recep Tayyip Erdogan, que dirige el país asiático, es un partido de raíz islámica que, no sin habilidad, conoce las flaquezas de los líderes europeos, cede aquí y allá y modifica el código penal con visos de obtener ventajas claras. Pero pensar que unas cuantas modificaciones en el código penal, obtenidas además bajo presión política de Bruselas, cambia la mentalidad de siglos de setenta millones de turcos es, sencillamente, puro voluntarismo o wishful thinking, que dicen los británicos. Lo que un gobierno cambia otro puede restablecerlo, más aún si la mentalidad islámica está fuertemente enraizada en las capas populares.
Es difícil conocer qué es lo que pasa entre bastidores porque, pese a la verborrea de la "libertad de expresión", la "transparencia", la "pluralidad" y un montón más de lugares comunes, las principales decisiones de la política se toman al margen de la opinión pública. Con los datos que manejamos, es evidente que desde el momento en que setenta millones de turcos sean "ciudadanos europeos", será mucho más difícil controlar el peligro islamista. Las fronteras de la UE llegarán hasta el avispero de Oriente Medio y todo cuanto allí suceda será desde ya, mucho más directamente, política de Europa. Turquía es, además, un país muy pobre que tiene una renta per cápita anual de 3000 dólares, frente a los 22.000 de la renta de la UE. La equiparación de la media turca a la europea implicará invertir enormes sumas de dinero que serán detraídas de los fondos destinados a los países del este, verdaderos europeos que tuvieron la desgracia de padecer cincuenta años de comunismo. Europa, tras el ingreso turco, pondrá tras sus fronteras el tremendo y candente problema kurdo y se atraerá sin duda la cólera de los radicales kurdos, dado que, sin duda, la UE se posicionará con el Estado turco. Por si fuera poco, la libre circulación de turcos por Europa originará una bolsa de trabajadores que presionará fuertemente en toda la Unión el precio de la mano de obra a la baja. Y es que ellos tienen mucho que ganar –por ejemplo, fondos estructurales e inversiones privadas– y nosotros mucho que perder.
Pese a todo esto, en círculos mundialistas el ingreso de Turquía en la Unión Europea se da por hecho. Steven A. Cook, el experto del Council of Foreign Relations en temas de ese país, afirma públicamente que, "pese a las reticencia europeas, Turquía finalmente entrará en la UE". Cook dice además que los EE.UU. son partidarios de una Turquía en la Unión pese a que reconoce que "de hecho el 95 por ciento del público turco se opuso a la guerra" de Iraq y a la política estadounidense. ¿Por qué, entonces, se presiona desde los ámbitos más dispares para tomar una decisión que, en apariencia, a nadie interesa realmente?
En Europa, en los países principales de la Unión, la oposición ha sido más bien escasa. Pese a que nuestro país debería de ser uno de los primeros interesados en que Turquía no entrara en la UE, en la clase política española casi nadie se ha pronunciado en contra. Ni la izquierda de la "concordia" y el "talante" socialista, ni los adalides del "patriotismo constitucional". Simplemente, parece que en todas partes no es tema de demasiada discusión. Esto es algo que sucede casi siempre con las decisiones que ya han sido tomadas en alguna instancia.
En realidad, sólo la posición estratégica de Turquía en el Oriente Medio justifica esa repentina revalorización de Turquía a los ojos de las élites "occidentales". Puede que en la futura guerra del lobby neoconservador con Irán haya sido necesario comprar definitivamente a los turcos. Frente a Iraq, Turquía estuvo a punto de cerrar sus fronteras a los suministros del ejército aliado desde el norte, debido a la presión popular islamista, que concebía la acción militar angloamericana como una nueva agresión colonial de conquista de los "cruzados" occidentales.
La pregunta ahora sería: con la zanahoria de un suculento ingreso en la UE, ¿se atrevería Turquía a negarse a los designios de Occidente? Esto, y sólo esto, explicaría la increíble unanimidad de nuestros políticos a la hora de juzgar favorablemente una presencia tan surrealista como la de Turquía en la Unión. Mientras tanto, alguien tiene que oponerse y defender el interés real de Europa porque mucho es de temer que no va a hacerlo ninguno de los que conocemos.
[El Semanal Digital, 13-10-2004]
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